Aceptar el momento o situación en la que nos encontramos, observarla en toda su plenitud… aquello que vemos, que oímos, que sentimos, aquello que hacemos y también lo que dejamos de hacer. Aceptar a los otros, tal como son, sin querer cambiarlos. Aceptar que nos equivocamos, que tenemos momentos de debilidad, de ira, de miedo, de fortalezas. Aceptar que muchas veces actuamos sin pensar y que en otras pensamos demasiado. Aceptar en nosotros y en los otros, lo extraño, lo diferente. ¿Qué desafío, no?
Convengamos que el camino de la aceptación no es fácil y que nos demanda atención, deseos de transitarlo, perseverancia. Es un camino con idas y vueltas, con recodos, con espacios ocultos en nuestra conciencia, pues no siempre estamos conscientes de aquello que sucede en nuestro interior ni de la causa que lo dispara. Transitamos la vida, mostrando la versión que tenemos de nosotros mismos y muchas veces mostrando la cara brillante del espejo, olvidando que la cara opaca también existe.
Un aforismo budista dice: ”Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma” y en este aforismo descubrimos lo valioso que la aceptación nos ofrece. ¿Puedes permitirte aceptar tal como estas siendo en estos momentos? Te invito a pensar en una situación problemática que tengas en este momento con otra persona ¿Cuál es tu creencia respecto de la misma? ¿Dónde observas que está puesto el foco: en ti o en la otra parte? Lleva el foco a tu centro, ¿De qué manera aquello que hiciste facilitó la creación de la situación actual? ¿Puedes aceptarlo?
Aceptar es comenzar a transitar el camino de nuevos aprendizajes y reconocer en aquello que nos ocurre la parte que nos compite en la creación de esa realidad. Es darnos la oportunidad de percibir nuestro poder personal y dar el paso de fe necesario para crear la mejor versión de nosotros mismos que podemos ofrecer al mundo. ¿Aceptas tus luces y tus sombras? ¿Te permites traer esas sombras bajo el foco de la luz y observarlas, caminar con ellas y hacerlas tus aliadas?
La respuesta está en tí.